domingo, 3 de diciembre de 2017

LA BURBUJA DE ÁFRICA OCCIDENTAL


Dicen que Ghana es la burbuja de África occidental, entiendo que en términos de desarrollo económico, infraestructura física o avance tecnológico. Entiendo también que me lo debo creer, pues sé y conozco países a su alrededor que están en peores condiciones.

Entiendo que cuando hablan de avance y progreso no pueden evitar aplicar las características de las capitales a todo un país, siendo Accra una de las ciudades de África occidental con mejores infraestructuras: empresas brasileñas acaban de terminar una autovía que conecta dos de los principales puntos de acceso a la ciudad, los libaneses controlan la mayoría de los principales edificios de la ciudad, aportando a ésta una imagen con lo que se podría llamar mini rascacielos, restaurantes y viviendas de medio y alto lujo, centros comerciales, cadenas de supermercados, viviendas y toda una serie de comodidades que harán la vida del expatriado y empresario local y extranjero más agradable. Tenemos acceso a Internet en casi todo el país, redes telefónicas que funcionan increíblemente bien aunque sí, no tenemos papeleras en la Universidad, ni en la calle ni en los baños de esta, ni en la ciudad. No reciclamos, aunque he encontrado empresas que empiezan a hacerlo, y tiramos la basura a las alcantarillas debajo de casa. ¿De quién es la culpa? ¿Del que tira o del que no pone un servicio a disposición del que tira?

Entiendo que para hablar de desarrollo en la infraestructura social hace falta un poco más de cirugía a corazón abierto. ¿Cómo? No es tan difícil: si caminas unas calles abajo o arriba del hotel de tres a cuatro estrellas donde te encuentres, o te alejas unas calles de las dos o tres avenidas principales, la imagen que se ve está muy lejos de parecerse a lo que ves dentro en la piscina o el buffet libre del hotel. La frase que aún tengo en mi cabeza y que no creo que se me vaya a olvidar nunca es la que me dijo mi madre cuando estuvo aquí. Se acercó a mí y dijo: “Ruth, es que viven con nada”.

Nada. Qué palabra tan llena y tan vacía al mismo tiempo. La mayoría de las personas van vestidas, es cierto, no van desnudas, pero ¿cómo? Con la misma ropa toda la semana, o rota, o rasgada de una manera en la que llevarla y no llevarla es lo mismo; chanclas destrozadas y por supuesto no de su talla. La mayoría bajo el sol, pasando el día, andando de un lado para otro, pero a diferencia de Japón, sin ningún destino fijado, trabajo o encuentro. Caminan, esperan en algún rincón que les cede la ciudad con sombra ya con mucho suerte, sin ella, la mayoría de las veces.

Viviendas construidas con hojas de palmera, cartones, cajas de cartón, trozos de hojalata, metal, palos, hierro, cuerda, madera. Trozos de destrozos. Retales de desechos con los que poder construir una infraestructura en la que poder estar cuando termina el día. He visto niños durmiendo en el suelo de una calle sobre cartones sin miedo a nada. ¿Miedo a qué? ¿a qué les roben? ¿El qué? La vida es lo único que tienen y cuando duermen, es el único momento donde no son dueños de su vida; que se la roben si quieren. La abandonan por unas horas y con suerte, porque dudo que si no comes puedas soñar por la noche algo o algo bonito, sueñan con otra.





Ves tanta naturalidad en ellos, seguramente también a causa de nuestra falta de empatía, que hace falta quedarse quieto unos minutos y contemplar el paisaje que tienes enfrente para darte cuenta después de la felicidad que te pueden hasta llegar a transmitir con sus sonrisas, la situación que vienen es inhumana. “Ruth, cómo pueden dejar que vivan así, cómo lo pueden permitir”, dijo mi madre en uno de los paseos por el pueblo porteño de Elmina. Quise llevarla a pasear. Nunca pensé que algo tan normal como caminar por una calle pudiera ser tan doloroso para ella, tan incómodo y desolador.

Supervivientes del asfalto, les llamo. Los más suertudos venden cualquier cosa, yo creo que hasta aire si les dejan. Crean trabajos para poder ganar unos céntimos: arreglan con sus propias manos agujeros de la carretera y piden dinero a los conductores por hacerles la vida un poco más fácil; salen en estampida con ramas de árboles a dirigir el tráfico en los cruces cuando los semáforos dejan de funcionar; salen corriendo como los chinos en España a vender parabrisas en cuanto caen las primeras gotas; piden limosna en cada semáforo sin alguna de sus extremidades, en sillas de ruedas que apenas se desplazan; niños que piden y cuando el semáforo se pone en verde, o por la noche que hay menos tráfico, no pueden evitar jugar al fútbol entre acera y acera o dar volteretas en un césped lleno de orina y bolsas de plástico de agua vacías. Todos, sin excepción, sonríen y aceptan cuando les dices “la próxima vez”.

Pero Ghana es un país en vías de desarrollo, dicen. El Gobierno actual ha hecho la educación secundaria gratuita para todo el mundo y parece que hay que aplaudir la medida. Las clases se encuentran ahora abarrotadas, no hay suficientes centros, no hay sillas, ni mesas, ni profesores. Pero sí, ahora nadie puede decir que no tiene acceso a la educación básica. Si no van, es porque no quieren. Las familias sienten la obligación de enviar a sus hijos a estudiar pero no hay dinero que entre en casa. No hay nadie ahora que pueda trabajar para traer comida al menos una vez al día. Y cuando terminen de estudiar, ¿hay futuro garantizado? Por supuesto era una medida necesaria pero no está está todo el trabajo hecho. Una medida de esa envergadura no puede caminar sola, debe ir acompañada de ayuda e infraestructura social, creación de empleo y por supuesto mejora del sistema educativo.

Sin embargo, es cierto. Ghana ofrece muchas oportunidades si eres alguien que las puede aprovechar. Si tienes dinero, puedes disfrutar de un país tranquilo, acogedor y en incipiente ebullición. Si tienes salud, Ghana puede llegar a ser un país cómodo en el que te puedes llegar a plantear quedarte a vivir unos años, una vida. Si tienes salud.

Hasta ahora no he tenido ningún problema. Todas las veces que he tenido que ir al hospital, afortunadamente para mí al menos, han sido para acompañar a algún amigo. He visitado hospitales públicos y privados. He esperado durante horas para que nos atiendan, tanto en públicos como en privados. Me he sentado en sillas en las que las hormigas y mosquitos se han hecho mis compañeros de sala. He esperado en urgencias donde la gente enferma está sentada en sillas de madera, en camillas más incómodas que el suelo, sin suero, medicación o profesionales médicos a 100 metros a la redonda. He esperado durante horas un médico más interesado en la canción del año o en su wassap que en un pie posiblemente fracturado que conseguimos apoyar sobre una caja vacía de botellas de agua. Hemos pagado un derroche de dinero incluso para un occidental en un hospital privado por el simple hecho de rellenar un formulario y que te atienda un médico que no te va a recetar nada porque lo suyo es que empieces con las consultas privadas del especialista la próxima semana; he visto cómo un ghanés de a pie debe pagar una cantidad imposible simplemente si quiere ser atendido en la ventanilla del hospital público. ¿Qué es público? ¿Qué es privado? He estado un día entero de arriba abajo para encontrar una medicina que no se encontraba disponible en ningún hospital de la ciudad para acabar comprándola en el único sitio aparentemente disponible: la farmacia del hotel más lujoso de Accra.


Donde hay pobreza, no hay soluciones. Hay negocio. Donde hay pobreza, hay necesidades. Donde hay pobreza, el sector público y privado no ven urgencias, ven oportunidades de negocio, ven productiva la creación de dos mundos paralelos totalmente opuestos entre sí, donde sólo sobrevive el que tiene dinero y aun así, tampoco es seguro de vida, pues la opción pública es tan pésima que tampoco es que la privada sea la mejor, pero a nada que sea un poco mejor, pueden pedir y cobrar lo que quieran porque siempre será mucho mejor que las infrahumanas condiciones a la que tienen sometida el 99% de la población. Pero sí, Ghana es la burbuja de África occidental y todos intentan comprar lo último del mercado en el Black Friday. Porque aquí también llega la Navidad. Aquí también creemos que tenemos que comprar para ser felices. Ellos también tienen derecho a sentir que avanzan, de una manera u otra, aunque mañana tengan que esperar seis horas en una sala de espera sin sillas.  

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