viernes, 25 de agosto de 2017

BIENVENIDA A CASA (OTRA VEZ)

Hola a todos,
hace una semana justo que volví a Ghana después de estar un mes y medio en España de vacas. No recuerdo la última vez que escribí en el blog. Todos los días veo una carpeta en mi escritorio con todas las fotos pendientes de subir que me recuerda que no os he contado nada desde hace siglos.
Pido disculpas, aunque sé que a los que he visto este verano he podido poner un poco al día con todo y a las personas que tengo un poquito más cerca han estado al tanto de casi todo lo que se ha cocido a mi alrededor.
Este primer año ha sido de vivir y no de escribir y no he podido hacer nada al respecto. No he tenido tiempo nada más que de ir de un lado para otro, de trabajar (trabajar mucho), de hacer, deshacer, conocer, viajar, sentir y vivir la vida como una más aquí, dentro por supuesto de mis limitaciones.
Echo la vista atrás y veo un año muy intenso que he vivido al máximo y disfrutando de todo lo que vivía, además de sentirme la mayoría de las veces como si llevara mucho tiempo viviendo allí. Quizás este primer año donde todo ha sido nuevo me ha pasado factura este verano, donde he estado más floja de lo que esperaba y he necesitado mucho descanso.
Ahora vuelvo al mismo lugar de trabajo, misma casa y mismos alumnos. Es la primera vez que repito en el extranjero. Cuando estuve en Berlín un semestre no hubo posibilidad, cuando estuve un año en Hamburgo la hubo pero encontré trabajo en Alicante y preferí quedarme, cuando estuve en Kazajstán pude pero no quise y esta vez, en Ghana, fue muy fácil sáber que tenía que repetir.
No obstante, la sensación de volver ha sido extraña, nueva de nuevo. Después de un verano peculiar, vuelves a un país que no es tu zona de confort pero donde has empezado a crear tu espacio y ya el primer día empiezas tu vida como una más: entrando en una casa donde están todas tus cosas, yendo a trabajar a un sitio que sabes perfectamente donde está, viendo a unos alumnos que ya conoces, peleándote por conseguir un papel o subir al trotro y recibiendo saludos de gente que te hacen sentir como en casa.
Qué sensaciones más extrañas. Cuando me despedía de mis padres en el aeropuerto de Madrid y veía a más gente cargada de maletas, bolsas, carros y niños diciendo adiós a gente que se quedaba al otro lado de la zona de seguridad, pensaba: "¿Merece tanto la pena irse, hacer tu vida a años luz de tu gente y tu sitio? ¿No nos estamos complicando demasiado la existencia?".
La plorera me duró hasta pasado el embarque. Esta vez se había hecho más duro que en Navidades. El vuelo fue incómodo, aunque la espera en Casablanca hasta que cogí el segundo y último se hizo tan corta como la otra vez: jugué con todos los niños de alrededor y conocí a un ghanés que vivía en Alemania y venía un mes a ver su gente. Tuvimos muchas cosas de que hablar. Hacía el viaje que acababa de hacer yo a España, entre otras cosas. Fue muy divertido oír hablar inglés a un ghanés con acento alemán.
La bofetada de humedad al salir del avión creo que es algo que siempre, no importa el tiempo que pase, va a ser algo que siempre me va a dejar sin respiración. El olor tan fuerte que sale de todo lo que toca la humedad es hasta masticable. Después de un control de inmigración en el que el oficial intenta quedar conmigo con la excusa de aprender español con clases privadas, cojo mis maletas y me derrito en un taxi por el que no tengo ganas de discutir.
Mi casa huele a cerrado. Es todo humedad. En Navidades, después de la ducha, ya me sentí como en casa. No me costó nada la adaptación. Esta vez me ha costado un poco más, aunque sí que es cierto que esta vez he tenido la sensación que no había distancia entre España y Ghana, como si se difuminara y España fuera una extensión de Ghana y Ghana una extensión de España. En menos de medio día te encuentras ya en otro sitio con otra realidad completamente distinta. Unas horas antes había estado con mi abuela, poco después en Madrid con mis padres y poco después en la que ha sido mi casa en mi primer año en África.
La Universidad me ha recibido con cambios: nuevos pasos de cebra, césped, plantas, zonas peatonales nuevas, la plaza de los bancos terminada o cámaras solares que graban el tráfico de entrada a la uni. Llegar a tu frutera y darle una sorpresa, recibir un abrazo de una mujer a la que apenas conoces pero de la que te hiciste amiga de pasar todas las noches cerca de su puestecillo de maíz y saludarnos, que te reciban todos los trabajadores del supermercado de la uni con un grito de alegría y un baile o alumnos que te ven antes de clase y se alegran de volver a verte, no tiene precio.
La ciudad me ha recibido con un festival de cine de tres días con más de 30 películas. Estuve el viernes nada más llegar y vi tres películas y una serie de cortos sin descanso. El sábado y domingo estuve en el festival Chale Wote, un festival de arte que tiene lugar por las calles de James Town. Me gustó mucho pero no pude disfrutar de las exposiciones y conciertos que tuvieron lugar por el día. Por la noche, el barrio se llenaba de miles de personas que andaban y bailaban al mismo tiempo. Si me atrevía a pararme y bailar, todo el mundo me veía y o avisaba a alguien para que me viera o quería bailar conmigo. Me hice amigas de muchos niños, grandes y pequeños, que ya desde los 5 años iban solos por todo el barrio como si la calle fuera una extensión de su habitación. Lo bonito para mí fue encontrarme a muchos de estos niños al día siguiente y saludarnos como si nos conociéramos toda la vida.
Ya llevo una semana de clases y para nada se parecen las sensaciones de este año a las del año anterior, donde tuve que ir días antes a ver dónde estaban las aulas y asegurarme que me aprendía el camino, no conocía a los alumnos, no sabía nada de las asignaturas que iba a dar, mi casa no estaba ni disponible y la presión atmosférica hacía que anduviera con dolor de cabeza todas las noches. Esta semana todo ha salido dentro de la normalidad que caracteriza a la monotonía: aulas que no sé donde están pero apuro hasta el último minuto y pregunto a gente que me voy encontrando, alumnos que ya conozco y papeles que ya sé cómo rellenar y dónde conseguirlos.
Se me está haciendo extraño sentirme normal en un país extranjero, sentirme una más nada más empezar mi segundo “round” en esta experiencia. Aun en un país tan distinto al mío, la monotonía y el equilibrio llegan y te encuentran. No estoy acostumbrada a esto pero ya estoy aprendiendo mucho de ello.
Sé que tengo muchas cosas pendientes que contaros del curso pasado. Espero poder hacerlo en breve, aunque no prometo nada; se me presenta un curso repleto de actividades culturales que gestionar, con nuevos proyectos, conferencias, cursos y me visualizo como pollo sin cabeza por una ciudad cada vez más abarrotada de coches que parecen haberse empeñado en detener la vida de toda la ciudad.
Volveré pronto a vosotros, ahora que ya he vuelto a casa.

No hay comentarios: