Hola
a todos,
hace
una semana justo que volví a Ghana después de estar un mes y medio
en España de vacas. No recuerdo la última vez que escribí en el
blog. Todos los días veo una carpeta en mi escritorio con todas las
fotos pendientes de subir que me recuerda que no os he contado nada
desde hace siglos.
Pido
disculpas, aunque sé que a los que he visto este verano he podido
poner un poco al día con todo y a las personas que tengo un poquito
más cerca han estado al tanto de casi todo lo que se ha cocido a mi
alrededor.
Este
primer año ha sido de vivir y no de escribir y no he podido hacer
nada al respecto. No he tenido tiempo nada más que de ir de un lado
para otro, de trabajar (trabajar mucho), de hacer, deshacer, conocer,
viajar, sentir y vivir la vida como una más aquí, dentro por
supuesto de mis limitaciones.
Echo
la vista atrás y veo un año muy intenso que he vivido al máximo y
disfrutando de todo lo que vivía, además de sentirme la mayoría de
las veces como si llevara mucho tiempo viviendo allí. Quizás este
primer año donde todo ha sido nuevo me ha pasado factura este
verano, donde he estado más floja de lo que esperaba y he necesitado
mucho descanso.
Ahora
vuelvo al mismo lugar de trabajo, misma casa y mismos alumnos. Es la
primera vez que repito en el extranjero. Cuando estuve en Berlín un
semestre no hubo posibilidad, cuando estuve un año en Hamburgo la
hubo pero encontré trabajo en Alicante y preferí quedarme, cuando
estuve en Kazajstán pude pero no quise y esta vez, en Ghana, fue muy
fácil sáber que tenía que repetir.
No
obstante, la sensación de volver ha sido extraña, nueva de nuevo.
Después de un verano peculiar, vuelves a un país que no es tu zona
de confort pero donde has empezado a crear tu espacio y ya el primer
día empiezas tu vida como una más: entrando en una casa donde están
todas tus cosas, yendo a trabajar a un sitio que sabes perfectamente
donde está, viendo a unos alumnos que ya conoces, peleándote por
conseguir un papel o subir al trotro y recibiendo saludos de gente
que te hacen sentir como en casa.
Qué
sensaciones más extrañas. Cuando me despedía de mis padres en el
aeropuerto de Madrid y veía a más gente cargada de maletas, bolsas,
carros y niños diciendo adiós a gente que se quedaba al otro lado
de la zona de seguridad, pensaba: "¿Merece tanto la pena irse,
hacer tu vida a años luz de tu gente y tu sitio? ¿No nos estamos
complicando demasiado la existencia?".
La
plorera me duró hasta pasado el embarque. Esta vez se había hecho
más duro que en Navidades. El vuelo fue incómodo, aunque la espera
en Casablanca hasta que cogí el segundo y último se hizo tan corta
como la otra vez: jugué con todos los niños de alrededor y conocí
a un ghanés que vivía en Alemania y venía un mes a ver su gente.
Tuvimos muchas cosas de que hablar. Hacía el viaje que acababa de
hacer yo a España, entre otras cosas. Fue muy divertido oír hablar
inglés a un ghanés con acento alemán.
La
bofetada de humedad al salir del avión creo que es algo que siempre,
no importa el tiempo que pase, va a ser algo que siempre me va a
dejar sin respiración. El olor tan fuerte que sale de todo lo que
toca la humedad es hasta masticable. Después de un control de
inmigración en el que el oficial intenta quedar conmigo con la
excusa de aprender español con clases privadas, cojo mis maletas y
me derrito en un taxi por el que no tengo ganas de discutir.
Mi
casa huele a cerrado. Es todo humedad. En Navidades, después de la
ducha, ya me sentí como en casa. No me costó nada la adaptación.
Esta vez me ha costado un poco más, aunque sí que es cierto que
esta vez he tenido la sensación que no había distancia entre España
y Ghana, como si se difuminara y España fuera una extensión de
Ghana y Ghana una extensión de España. En menos de medio día te
encuentras ya en otro sitio con otra realidad completamente distinta.
Unas horas antes había estado con mi abuela, poco después en Madrid
con mis padres y poco después en la que ha sido mi casa en mi primer
año en África.
La
Universidad me ha recibido con cambios: nuevos pasos de cebra,
césped, plantas, zonas peatonales nuevas, la plaza de los bancos
terminada o cámaras solares que graban el tráfico de entrada a la
uni. Llegar a tu frutera y darle una sorpresa, recibir un abrazo de
una mujer a la que apenas conoces pero de la que te hiciste amiga de
pasar todas las noches cerca de su puestecillo de maíz y saludarnos,
que te reciban todos los trabajadores del supermercado de la uni con
un grito de alegría y un baile o alumnos que te ven antes de clase y
se alegran de volver a verte, no tiene precio.
La
ciudad me ha recibido con un festival de cine de tres días con más
de 30 películas. Estuve el viernes nada más llegar y vi tres
películas y una serie de cortos sin descanso. El sábado y domingo
estuve en el festival Chale Wote, un festival de arte que tiene lugar
por las calles de James Town. Me gustó mucho pero no pude disfrutar
de las exposiciones y conciertos que tuvieron lugar por el día. Por
la noche, el barrio se llenaba de miles de personas que andaban y
bailaban al mismo tiempo. Si me atrevía a pararme y bailar, todo el
mundo me veía y o avisaba a alguien para que me viera o quería
bailar conmigo. Me hice amigas de muchos niños, grandes y pequeños,
que ya desde los 5 años iban solos por todo el barrio como si la
calle fuera una extensión de su habitación. Lo bonito para mí fue
encontrarme a muchos de estos niños al día siguiente y saludarnos
como si nos conociéramos toda la vida.
Ya
llevo una semana de clases y para nada se parecen las sensaciones de
este año a las del año anterior, donde tuve que ir días antes a
ver dónde estaban las aulas y asegurarme que me aprendía el camino,
no conocía a los alumnos, no sabía nada de las asignaturas que iba
a dar, mi casa no estaba ni disponible y la presión atmosférica
hacía que anduviera con dolor de cabeza todas las noches. Esta
semana todo ha salido dentro de la normalidad que caracteriza a la
monotonía: aulas que no sé donde están pero apuro hasta el último
minuto y pregunto a gente que me voy encontrando, alumnos que ya
conozco y papeles que ya sé cómo rellenar y dónde conseguirlos.
Se
me está haciendo extraño sentirme normal en un país extranjero,
sentirme una más nada más empezar mi segundo “round” en esta
experiencia. Aun en un país tan distinto al mío, la monotonía y el
equilibrio llegan y te encuentran. No estoy acostumbrada a esto pero
ya estoy aprendiendo mucho de ello.
Sé
que tengo muchas cosas pendientes que contaros del curso pasado.
Espero poder hacerlo en breve, aunque no prometo nada; se me presenta
un curso repleto de actividades culturales que gestionar, con nuevos
proyectos, conferencias, cursos y me visualizo como pollo sin cabeza
por una ciudad cada vez más abarrotada de coches que parecen haberse
empeñado en detener la vida de toda la ciudad.
Volveré
pronto a vosotros, ahora que ya he vuelto a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario