Suena la alarma del móvil a las
tres o tres y media de la mañana. Todavía es de noche y los pájaros rezagados
en los baobabs y ceibas se darán media vuelta y seguirán durmiendo un poco más.
En algunos rincones de Accra todavía es muy habitual oír a los gallos cantar,
lo que dudo que lo hagan tan pronto.
Se viste, si es que no está
vestido ya con la ropa de ayer, bebe un poco de agua o con un poco de suerte
algún concentrado de cacao disuelto en agua, coge su móvil y acude donde está
su compañero. Tras un buen rato intentando arrancar la furgoneta, empiezan la
ruta establecida. Hoy recorrerán los puntos de Madina y Aretha hasta llegar al
centro de Accra, pasando por la Universidad, el aeropuerto, el teatro nacional
o el mercado de Makola.
Normalmente se sienta en uno de
los asientos más cercanos a la puerta trasera y su trabajo consiste en cobrar a
los pasajeros que entran, a cada uno un precio diferente según la parada
deseada. Mientras su compañero conduce, asoma la cabeza por la ventana cada que
vez que se aproximan a una de las paradas y grita, como si se le fuera la vida
en ello, el nombre de la siguiente parada y la dirección final.
Dudo que en la jornada de trabajo
se detengan a comer o a descansar. Los vendedores ambulantes ofrecen a unos
conductores pacientes durante horas de tráfico todo tipo de alimentos, bebidas
e incluso helados (algo que yo pensé que sería imposible comer en África sin
que se derrita en tus manos antes ni siquiera de abrirlo).
Durante el día se entretiene con
los pasajeros, habla con las vendedoras de la calle y toma el pelo a uno de
cada tres pasajeros que entran. Su compañero le va poniendo música, a un
volumen considerable, y él, a veces sentado, la mayoría de pie, se pone a
bailar como si estuviera en una discoteca, olvidándose de la furgoneta, de los
pasajeros de alrededor, del tráfico y del mundo.
Son las nueve de la noche de un 23
de febrero. Después de tres horas de clases privadas en un barrio lejos del
mío, llego en taxi desde las clases a la
parada 37, desde donde salen trotros hacia la universidad. El calor que subía
del asfalto, los gritos del chico del trotro en busca de clientes y el
cansancio hicieron que me arrepintiera, aunque por poco tiempo, de no haber
seguido todo el trayecto en taxi y haberme olvidado por un día de que quiero
ser una más.
El trotro arranca y saco el
dinero. Todavía no he aprendido a pronunciar bien mi parada y al ver cómo el
chico empieza a tomar el pelo a uno de los pasajeros y a ligar con una chica,
avecino tormenta cuando le tenga que decir dónde me tiene que soltar. me
pregunta en twi, le contestó, suelta lo que parece ser una broma y consigue que
todo el troto suelte una carcajada. Me lo tomo bien, me parece siempre bien
terminar el día con una sonrisa con gente que no conoces de nada.
Decide ponerse de pie, le grita
algo al conductor, éste sube la música y empieza la fiesta. Como si no hubiera
un mañana, saca la cabeza por la ventana, utiliza el marco de la puerta para
bailar con él como si fuera un amigo que está bailando al lado de él en la
pista de baile y empieza a entonar a grito pelado las estrofas que más le
gustan. Se vuelve loco; los pasajeros empiezan a sonreír tímidamente y cuando
ven que el resto está haciendo lo mismo, empiezan a animarlo a que siga
animándolos a ellos.
¿Puede uno levantarse a las tres
de la mañana y tener esa energía a las nueve de la mañana? ¿Puede uno trabajar
dentro de un coche durante tantas horas sin volverse loco?
¿Puede uno hacer jornadas de
trabajo tan largas sin apenas descanso, aire acondicionado y tragando todo el
humo de los coches y los malos humores de los conductores?
¿Puede uno después de tantas
horas, en un trabajo que nadie diría que lo ha elegido por vocación, bailar
como si para él fuera el mejor trabajo o día de su vida?
Puede que esto sólo se pueda dar
aquí, donde el calor, el ritmo, las necesidades, las limitaciones y los
recursos son tan diferentes a los nuestros de allí arriba que hacen que la vida
cobre otro sentido, que hacen que la gente viva de los momentos más sencillos,
de las canciones que retumban en los oídos , sea la hora que sea.
En el semáforo antes de mi parada
él sigue bailando como si nada. Le grito con una sonrisa que se acuerde de que
me bajo aquí. Se gira y me dice: ¿estás segura? ¿Te quieres bajar ya? Todo el
trotro se une al chiste. Cuando bajo me dice algo que no puedo entender, lo
miro, le sonrío y le doy las gracias. Empiezo a caminar por el camino de entrada
a la Universidad. Me alegro de no haber seguido en taxi de regreso a casa. Me
alegro de insistir en querer ser una más.
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