domingo, 11 de septiembre de 2016

SÁBADO POR LA MAÑANA: MAKOLA MARKET

No ves una ciudad de verdad hasta que no visitas sus mercados. No hablo de centros comerciales, o calles con tiendas, no, no. Sus mercados. Donde la gente local, una vez sale el sol, compra, vende y pasa el tiempo en busca de sus necesidades, bailando, durmiendo o simplemente conversando con más gente.
Esta mañana he ido al mercado central de Accra. Nada más bajar del trotro tengo que llevar cuidado de no meter el pie en uno de los agujeros que hacen las veces de alcantarilla. Cruzo rápido porque los coches no dan tregua a un tráfico que parece llevar horas en funcionamiento. Me llama la atención un puesto de lotería donde tienen escrito a mano los números ganadores del día o semana anterior, quién sabe.
Me llevan unos amigos nuevos de aquí, así que me dejo guiar. El hombre parece que es el que sabe dónde hay que ir, así que, con paso acelerado, empezamos a sortear calles, avenidas, laberintos que empiezan a llenarse de gente por segundos. Puedes ir caminando erguida, con paso firme, pero no debes perder de vista la gente que cruza en ambas direcciones con bandejas en la cabeza transportando cualquier tipo de enser, por lo que tendrás que agacharte para dejar pasar a alguien que va con más prisa que tú. En un despiste no sé si mío o de la portadora, una rodaja de pescado me toca la cara.
Nada más adentrarnos en la primera calle y tener un poco de espacio físico saco mi cámara. Hay cientos y cientos de personas. Una mujer a unos metros empieza a gritarme y entiendo que debo guardarla de nuevo. Por lo visto, no quieren que se suban fotos a Internet para criticar la ciudad o cultura. Quizá me he precipitado.
Entras en una calle, atenta al agujero del suelo, vuelves a levantar la mirada y esquivas personas en dirección contraria, paras, un hombre intenta cruzar un carro vacío que ocupa media calle, gritos de gente que cree cómo debe hacerlo y le obligan a retroceder y dejar pasar a la gente que ha tenido que echar el freno; avanzas un poco más, música ¿de dónde viene? Unos altavoces marcan el ritmo de ese cruce de calles, donde todos los vendedores de alrededor cantan, algunos sentados, otros de pie moviendo el cuerpo. De forma inconsciente, ya empiezas a tararear con ellos.
No buscas nada en concreto, simplemente dejarte llevar. Se te ocurre algo que puedes necesitar: avisas y ellos hacen las negociaciones. Es muy pronto para saber cómo hacerlo una sola. Se saludan, ríen y empiezan los gritos y las conversaciones en voz baja. Parece que estén resolviendo un problema político, vital. Para ellos es su forma de comunicación, de vida. Compras, creyendo que has hecho un buen acuerdo y continúas, sin dejar de mirar al suelo, arriba, vuelves al suelo y tarareas otro ritmo que viene de lejos; gente con micrófono y altavoz que, con una música de fondo, me explican que cantan a Dios. Las vendedoras por las que pasan se unen al cántico y en segundos está toda la calle cantando al unísono.
Hueles a pescado, neumático, especias, agua estancada y respiras calor y humedad. Me dicen que no preste atención a lo que me van gritando, que sólo quieren que les compre una piña, un pijama, cinturones o manteles de plástico para la casa que extienden en el suelo y cortan con la ayuda de otros vendedores que se apuntan a la tarea de soltar un rollo de plástico de más de cien metros en toda la calle, mandar apartar a la gente y liarse con las tijeras y la cinta aislante para sujetarlo al suelo.
Si paran a comprar algo para ellos intentas ampliar la vista y entonces empiezas a sonreír por dentro de la emoción: enfrente de ti, gente que limpia y corta pollos, pescado en salazón que espera ser comprado al lado de zapatos y bisutería aparentemente barata. Amplias un poco más la vista y puedes ver a niños jugando en el suelo o corriendo de un lado para otro como si fuera el patio del colegio; un poco más lejos distingues ollas enormes con algo cociendo y gente chafando alguna harina de lo que sólo vislumbras el palo que se mueve arriba y abajo. Muchas paredes y techos están negras por el fuego.
Reanudamos la marcha y volvemos a fijarnos en lo que más cerca tenemos para evitar chocarnos con nadie. El suelo es muy importante porque todo se coloca sobre él, tanto lo que se vende como lo que no: en un despiste estoy a punto de pisarle la manita a un bebé al que su madre lo ha dejado jugando al lado de unas cajas, o el rabo a unas ratas muertas, colocadas junto a unas trampas como claro ejemplo de que funcionan.
Durante cuatro horas eres la única blanca en todo el mercado. Mientras caminas a paso enérgico te sientes uno de ellos, aunque sepas que no es más que una ilusión. Te difuminas en el paisaje y te sumerges en ese mar de gentes, olores y sonidos. Con las gafas de sol puestas, te permites llorar de emoción. Sentirte parte de un mundo nuevo y moverte a su ritmo es algo que ilumina el alma, carga unas pilas nuevas que has traído con la mejor de tus intenciones. Vuelves a casa con una gran sonrisa en el corazón. Hoy has dejado atrás tu identidad por unas horas y has formado parte de una esencia nueva mucho más grande. Has bailado al ritmo del sol y latidos de la tierra.
Me comentan que en toda la mañana no he visto ni el 5% del mercado. Volveré pronto. De momento os dejo un artículo de una chica que también ha escrito sobre este mercado y en el que sí podéis ver fotos. Espero poder enseñaros las mías pronto.


https://unaespanolaenghana.wordpress.com/2013/11/21/makola-market-un-mundo-por-descubrir-parte-1/

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